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Club de Planeadores Los Caranchos

Aeródromo:  Ruta Provincial C-45  -  ALTA GRACIA  -  Departamento Santa María  -  Provincia de Córdoba  - República Argentina


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Teoría de Vuelo para Pilotos de Planeador

Stafford Allen

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Capítulo I

EL AIRE EN QUE VOLAMOS

 Todo aprendiz de conductor probablemente ha visto un camino antes de sentarse ante el volante de un automóvil. Por lo tanto tendrá alguna idea, aunque rudimentaria, de los elementos de la conducción y de cómo se maneja un auto.

 El piloto de planeador, al comienzo de su instrucción de vuelo habrá visto, indudablemente, planeadores volando a través del aire, pero el hecho de que ese aire es invisible hace que todo el asunto de volar sea algo más bien misterioso y mágico. Si por lo menos pudiéramos hacer visible el aire, mostrar su suave fluir alrededor de las alas y las superficies de cola del planeador, así como los pequeños remolinos que se forman en cada irregularidad de la superficie de la máquina, entonces los principios del vuelo serían un problema mucho más simple.

 Desgraciadamente no podemos -excepto en forma ocasional en un túnel de viento para experimentos especiales- hacer visible el aire para el estudiante pero podemos ayudarle a visualizar en su mente en forma exacta lo que le está ocurriendo al aire y a su planeador en vuelo.

 En primer lugar, debemos comprender uno o dos hechos básicos respecto al aire en general. El aire es un gas (en realidad, una mezcla de gases) y, en consecuencia, tiene todas las propiedades de los gases. El aire tiene peso, un hecho que sorprende a algunas personas, pero que es una realidad indudable. A nivel del mar, en condiciones normales de atmósfera estándar el aire pesa 1,225 kilos por metro cúbico y hablamos de esto como de la densidad del aire a nivel del mar. Debido a su peso el gran manto de aire que rodea a la Tierra ejerce una presión sobre su superficie. Dado que el aire es un fluido, esta presión se trasmite en todas direcciones y no sentimos su efecto sobre nuestros cuerpos.

 Sin embargo, dicha presión es considerable y a nivel del mar es de aproximadamente un kilo por centímetro cuadrado. Esa es la presión que marca el barómetro que quizás cuelga de la pared de su vestíbulo, aunque este instrumento seguramente indicará la presión en centímetros de mercurio o bien en milibares, en lugar de kilos por centímetro cuadrado.

 A medida que ascendemos a través de la atmósfera habrá menos aire presionando sobre nosotros y, como es de esperar, la presión barométrica del aire disminuirá. A 3000 metros es de sólo unos 690 gramos por centímetro cuadrado y a 6000 metros ha descendido a 460 gramos por centímetro cuadrado. Si usted vuela habitualmente en un planeador a mayores altura, no necesita leer más. Este descenso de la presión a medida que aumenta la altura nos proporciona un medio rápido de medir nuestra altura y, en realidad, el altímetro que se encuentra en todos los planeadores es un pequeño barómetro cuyos datos están dados en cientos o miles de metros o pies, en lugar de centímetros de mercurio o kilos por centímetro cuadrado. Como veremos más adelante, el altímetro debe ser usado inteligentemente ya que bajo ciertas circunstancias puede proporcionar una información falsa.

 Como todos los gases, el aire es compresible. Esto no nos afecta en cuanto a la velocidad a que vuelan nuestros planeadores y en ese sentido podemos olvidarlo, excepto en un aspecto. Es el que se refiere al hecho de que la densidad del aire es menor a medida que desciende la presión o, lo que es lo mismo, a medida que nos elevamos.

 Por ejemplo, a 3000 metros la densidad es de alrededor de 0.9 gramos por decímetro cúbico (litro), mientras que a 6000 metros es sólo de unos 0.65 gramos por decímetro cúbico (litro). El agua y muchos otros líquidos prácticamente no cambian su volumen cuando aumenta la presión, a diferencia de los gases, de tal manera que un litro de agua en el fondo del mar pesará casi exactamente lo mismo que un litro de la superficie, no obstante el hecho de que la presión en el fondo puede ser de varias toneladas por centímetro cuadrado.

 Este asunto de la densidad resulta de difícil comprensión para algunas personas, por lo que tal vez sea útil dar aquí una analogía. Imaginemos dos columnas de ladrillos, cada uno de los cuales mide 10 x 10 x 10 centímetros y pesa un kilo. Cada columna tiene 100 ladrillos de alto. La primera columna está hecha de ladrillos sólidos, rígidos, incompresibles, mientras que la segunda está construida de ladrillos blandos, esponjosos, como de goma, aunque también pesan un kilo cada uno.

 En la primera columna el ladrillo superior y el inferior pesan lo mismo y ocupan el mismo volumen, es decir, un decímetro cúbico, por lo que su densidad en ambos casos es de un kilo por decímetro cúbico, no obstante que la presión en el ladrillo superior es igual a cero (despreciamos la presión barométrica que se ejerce sobre éste) y la presión sobre el ladrillo inferior es de 99 ladrillos o 99 kilos sobre un decímetro cuadrado. Esto corresponde al caso del agua. En la columna de ladrillos esponjosos, sin embargo, los inferiores quedarán aplastados y el que está debajo de todo, más aplastado que ninguno. Imaginemos que queda reducido a la mitad de su altura original, es decir, a cinco centímetros. Su volumen es ahora de 10 x 10 x 5 centímetros y, aunque su peso es aun de un kilo, su densidad será de dos kilos por decímetro cúbico. La presión sobre el mismo es de 99 kilos por decímetro cuadrado, exactamente como en la otra columna. El ladrillo esponjoso colocado en la parte superior no está comprimido, por lo que su volumen permanece inalterado y su densidad será de un kilo por decímetro cuadrado. Por lo que hemos explicado, la densidad de los ladrillos compresibles será mayor a medida que descendemos en la columna y menor a medida que ascendernos. Esto corresponde al caso del aire.

 El aire además posee una cualidad conocida como viscosidad por la que tiene una tendencia a adherirse a cualquier cosa que se mueve a través de él. Mucha gente descubre en sus primeros años que la goma de pegar, la miel y la mermelada son fluidos muy pegajosos y viscosos, y les resulta sorprendente comprobar que el aire posee la misma cualidad. La viscosidad del aire es, por supuesto, infinitamente menor que la de la miel; en realidad es tan pequeña que en la vida común no nos damos cuenta de ello, pero a la velocidad de vuelo de nuestros planeadores es apreciable. Todos los fluidos, tanto gases como líquidos, tienen alguna viscosidad, que puede ser muy pequeña, y en realidad podemos afirmar que si el aire no tuviera ninguna viscosidad, el vuelo en planeador, tal como lo conocemos, sería imposible.

Por último, a medida que ascendemos en la atmósfera, la temperatura del aire disminuye. El régimen al cual la temperatura disminuye en relación al incremento de la altura varía algo de un día a otro y puede incluso invertirse a cierta altitud. En ese caso decimos que tenemos una inversión de temperatura. Este asunto de la temperatura es, desde nuestro punto de vista de la teoría de vuelo,  comparativamente   sin  importancia,  pero  de  vital significación cuando consideramos la técnica del vuelo en térmica y en nube. Esto último está, sin embargo, fuera del objetivo de este libro por lo que lo dejaremos de lado.

 Una vez que hemos delineado algunas de las propiedades más importantes de nuestro nuevo elemento, el aire, podemos entrar en la discusión del movimiento de los cuerpos en el mismo. Aquí nos enfrentamos con nuestra primera dificultad. Mucha gente que aprende a volar en planeador conoce las leyes de la mecánica y del movimiento, y dicha gente podrá ver ligeramente el próximo capítulo. Para beneficio de aquellos que no cuentan con esa ventaja, analizaremos dichas leyes en la medida que ellas nos afectan.
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Última modificación: 26 de Febrero de 2006